SAMUEL 2. Los rostros de los santos
- Elías Gameros
- 3 may
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Actualizado: 6 may
Si alguien, por derecho, puede habitar los paraísos —además de los ángeles— son los santos; y aún más, los santos que fueron mártires.
Pocas discusiones disfruto tanto como aquella que gira en torno a cuál de los martirios sufridos por estos santos es el más cruel.
Son célebres los martirios por crucifixión, como el sufrido por San Andrés, que murió clavado a una cruz en forma de X, o el de su hermano mayor, el ya mencionado San Pedro, quien, según algunos, fue crucificado cabeza abajo por no considerarse digno de morir en la misma posición que Jesucristo.
Algunos podrán argumentar que el martirio de Santa Águeda de Catania —a quien le cortaron los senos— es el más atroz, pero este argumento se tambalea cuando descubrimos que los campaneros la consideran su santa patrona, debido a que sus pechos tenían forma de campana.
El supuesto martirio de San Sebastián es igualmente famoso, y uno de los más representados en la historia del arte, pero no podría yo ponerlo al nivel de los demás. Me parece, de hecho, un martirio flojo y poco inspirado.
En cambio, el martirio de San Dionisio bien podría competir por la presea máxima, o al menos subir al podio. De este santo se cuenta que fue decapitado en la colina de Montmartre (colina que hoy cumple únicamente funciones turísticas, habiendo perdido ya toda sacralidad), y que después caminó por la ciudad de París con su cabeza en las manos.
Para mí, este martirio merecería el primer lugar, si un concurso de martirios existiera, pues refuta —de forma muy original— la idea de que un cadáver no puede tener rostro.
Así, Samuel me parecía una de esas figuras de santos cuyas facciones han sido desdibujadas por la constante cercanía con la flama de las velas, que el devoto enciende con la esperanza de que su petición tome fuerza y el santo pueda interceder ante Dios con mayor ahínco.
Brooklyn, Nueva York, mayo 2025.