SAMUEL 3. La melodía
- Elías Gameros
- 6 may
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Cuando ahora pienso en Samuel, es el vacío de su rostro lo primero que se me aparece. Esa cara de inexistencia, ese gesto cadavérico que sigo deseando y que, sé, desearé siempre. Lo venero con una devoción tal, que me parece no menos que ridículo intentar explicarme a mí mismo el por qué de mi fervor. No hubo nunca un vivo más muerto que Samuel.
He pasado muchas noches buscando, en esos lugares que frecuentan los muertos —sitios pestilentes y bañados en enfermedad— un semblante similar, sin ningún éxito. Y aunque en numerosas ocasiones he estado, en parte debido al alcohol, en parte por el deseo (ambas, poderosas y muy útiles herramientas para dañar la percepción), al borde de caer en el engaño y creer que he vislumbrado, entre las sombras de una esquina en un cuarto casi sin luz, aquello que buscaba...
Pero todas y cada una de esas veces en que he sido, casi, presa de la estafa, como si fuese una alerta instalada en mi inconsciente —esa misma que me priva del sueño— suena aquella canción que escuchábamos en la alberca, bajo el sol de mediodía, quemándonos los flacos hombros, aplastando con nuestro baile toda la bahía de Acapulco, que tronaba como truenan las uvas en un lagar. Una canción que nunca más escuché y que aún hoy mi ensoñación reproduce.
Brooklyn, Nueva York, mayo 2025.
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