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SAMUEL 4. Las suicidas

  • Elías Gameros
  • hace 6 días
  • 1 Min. de lectura

Las melodías siempre son mejores en nuestra memoria, pues quedan así, suspendidas en el vacío. Un vacío que se expande y, al hacerlo, permite que los rezos, los arrepentimientos, y la violencia que es parte esencial de nuestra naturaleza, entren en esa falta de materia. 

Con la violencia penetran también los besos, y con los besos, las palabras.


Esas levitantes melodías muchas veces se parecen a la habitación de nuestra niñez o a las primeras formas que dibujamos en la temprana infancia, pero, como un nido de serpientes, se acomodan en nuestro vientre instantes después de nuestro último orgasmo.

Al sonar esa melodía —esa alarma—, aún puedo ver cómo los restos de alberca recorren el cuerpo de Samuel: gotas que parecían querer huir con prisa del contacto con su piel, ese contacto que yo tanto deseaba. 


Aún hoy envidio a aquellas suicidas que se lanzaban del pecho barrancal de Sam, apresurándose a impactar contra el concreto.


Brooklyn, Nueva York, Mayo 2025.

 
 
 

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