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Samuel 5. La mirada

  • Elías Gameros
  • 26 may
  • 1 Min. de lectura

Samuel me miraba desde dentro de la alberca, como un depredador.

Mantenía la nariz y la boca bajo el agua, y solo emergía unos segundos para tomar aire. Sus ojos, fijos en mí, me observaban como si yo fuera una mosca y él, un lagarto.

Yo miraba a todos lados, como queriendo huir de su observación, e imaginaba que la horrible y mal lograda réplica del Mercurio de Quellinus, que decoraba el lado más septentrional de la alberca, lo observaba a él con ojos amenazadores, como intentando protegerme de su acecho.

Pero el terror que me invadía tenía una razón más profunda. Muy dentro de mi pensamiento —como un cuerpo que apenas sobresale entre las aguas frías del Atlántico Norte—, existía esta idea, que pronto sería una afirmación: en ese momento, y desde entonces, sería yo cualquier cosa que Samuel decidiera.

La forma que tomaba mi existencia era escogida por él, a su antojo.

Esa mirada violenta —la mirada del que observa desde la oscuridad, la mirada de Tomek— tenía el brillo del que se sabe triunfante.

Samuel me había vencido. Él lo sabía, y lo celebraba hundiendo sus ojos en mi cuerpo.


Ciudad de México, Mayo 2025

 
 
 

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