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SAMUEL 6 El Barranco

  • Elías Gameros
  • 17 jun
  • 1 Min. de lectura

Si la vergüenza no hubiera bajado junto con nosotros por el pequeño barranco que llegaba hasta el muelle, el cual flotaba sobre la bahía que colindaba con el mar Pacífico, este relato no existiría, pues todo habría culminado ahí mismo.

Samuel, a cambio de un cigarro, el único que quedaba en la casa, cuyo valor en ese momento era el de una reliquia sagrada, aceptó bajar conmigo y desplomarnos entre los húmedos arbustos, que eran agitados muy levemente por el viento de la mañana, que parecía recibirnos con entusiasmo, pero con cautela, para no hacernos sentir incómodos.


Coloqué, solamente y con torpeza, mi dedo anular sobre su traje de baño. Un temblor atacó de pronto el resto de mis dedos, como si tuvieran un ataque de celos y envidia de ese otro dedo, tan comúnmente ignorado, pero que ahora estaba siendo premiado por todas las veces que había sido menospreciado. Pero además de la vergüenza que ya nos acompañaba, bajaron de pronto dos trabajadores que iniciaban su jornada muy temprano y que se dirigían a arreglar un madero suelto del muelle.


Del "buenos días" que intercambiamos ambas parejas, llegó inmediatamente después una sensación de pánico, que aunque en mí era bastante menor, en Samuel fue muy intensa.

Le ofrecí el cigarro para intentar calmarlo, pero ya había perdido para él cualquier valor. Me deseó un buen descanso y se retiró a su cuarto. Mientras yo lo veía desaparecer sobre el barranco, fumándome el último cigarro.

 
 
 

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